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Jamás se dio cuenta que lo amaba con todas mis ganas, que todos los días lo necesitaba, sus abrazos y sus charlas. Una mañana desperté escuchando que alguien golpeaba la puerta muy fuerte y gritaba mi nombre con enojo. Y no dudé ni un segundo, así que me levanté de la cama y abrí la puerta. Era él, papá. En ese momento empecé a tener miedo porque mamá se había ido a comprar y me había dejado sola. Él entró y fue directamente a la cocina, preguntando si había quedado algo para comer, me acerqué sin miedo y le dije que no. Me miró y gritó: "entonces hacé algo para comer". Pero yo ya no le iba a tener miedo porque no era el diablo y también sabía que no nos haría daño. No tenía miedo porque sabía que su puño duro y pesado era el puño de un hombre cobarde, que su mirada de enojo era la mirada de un hombre lleno de dolor, y también que sabía que si era capaz de lastimarnos iba a ser condenado. 
Entonces se marchó, porque le demostré que no tenía miedo, le grité "yo no tengo miedo de que nos hagas daño", y se fue con la mirada baja y ya no volvió, pero olvidé decirle y recordarle que aún así lo amo, que necesito a mi padre para sentirme completa.
Agustina Jiménez
ES.47 - 4°B - 2019

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