José era un chico muy familiero, trabajador y estudioso, siempre fue muy respetuoso y aplicaba los valores que su padre le había enseñado, era muy feliz, vivía su vida a su manera, por lo menos antes de que decidiese quitarse la vida.
Esto desata la siguiente pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué un chico que tenía tantos amigos, era querido por la sociedad y siempre estuvo rodeado por buenas juntas, y tenía el apoyo de su familia, había decidido quitarse la vida?
Acompañame a ver esta triste historia. Todo empieza y a la vez termina en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Sarandí. José tenía catorce años, le gustaba jugar al fútbol y pasar un rato con amigos. Practicaba futsal en Arsenal, club del cual era fanático. Iba al colegio por la mañana, entrenaba en el club por las tardes y todos los días de la semana volvía a casa despues de las ocho de la noche. Su familia también era muy correcta, sin sobresaltos y muy respetada en toda la manzana. José tenía tres hermanos, dos varones y una hermanita bebé, imaginen, cuan pegada estaba a ella, cuanto se querían, que la primera palabra había sido José. Era buena persona y de buen corazón.
El padre de José se llamaba Juan, tenía más de cuarenta, no tenía estudios pero era muy trabajador, le gustaba tomar cerveza y como todos, tenía virtudes y defectos. Le gustaba apostar. Su virtud mayor había sido sacar hijos tan inteligentes y buenos, siempre agachó el lomo para trabajar y se encargó de darles un techo y asegurarse de que nunca les falte nada. Era plomero, José aprendía el oficio de su padre, a veces lo llevaba como ayudante para ganarse unos pesos.
Los hermanos, David y Sebastián eran mellizos, inseparables entre ellos y a su vez de sus celulares y sus computadoras, les gustaba la tecnología más que nada, querían dedicarse a reparar electrodomésticos una vez terminada la escuela.
María, la madre, era muy atenta con todos ellos, adepta a la religión, muy estricta con las cosas de Dios y siempre trataba de vivir bajo las reglas del todopoderoso, para que sus hijos hicieran lo mismo, cosa que luego desataría problemas.
José ayudaba a los que menos tienen, aunque no fuera rico, pero iba a la iglesia por obligación. Conoció muchas personas ahí, que llegaría a detestar por culpa de la comparación de su madre con otros chicos y así lastimando el orgullo. El orgullo lo llevaría por mal camino, llenaría su corazón de odio, rencor y maldad.
¡Sugerencias! Tan sólo eran sugerencias, según su madre, que cambiarían la vida de José para mal.
José, ves a ese chico, tiene doce años, sabe tocar la batería, José, porqué no aprendés a tocar un instrumento, José hacés mal, todo te sale mal hijo, sabías que ese chico va a la escuela y mantiene a su madre y además ayuda a comprar los pañales a su hermana, vos todo te lo gastás en tus intereses.
Las palabras de su madre le cambiaron la actitud. Llegaba de trabajar, saludaba a todos y a su madre ni la miraba, no hablaba más.
Un día su madre le dio un cachetazo porque no contestaba.
- José, llegás de trabajar de mal humor, no hablás, no voy a renegar con un pendejo mal educado, te lo haré sencillo, o te amoldás a esta familia o te vas.
- Me voy pero un día vas a estar orgullosa de mí – respondió José llorando.
Llegaba la noche, José pensaba, la última cena sonreía irónicamente. El ambiente estaba pesado, su padre servía un guiso de arroz con pollo, hizo un chiste, era muy carismático.
- ¿Qué silencio eh, qué pasó, se levantaron de la siesta con los cables cruzados? - Sonrió pero nadie le respondió.
- Guardá silencio – dijo la madre – no quiero que cierta persona haga sus comentarios.
- Es verdad padre, si no sabés tocar un instrumento o no sabés ir a la iglesia no podés hablar.
Hasta los cubiertos estaban en silencio.
- Estás celoso de ese chico, no le hagan caso.
- Tú y tus comparaciones estúpidas – lanzó José – te hacés la cristiana pero sos una hipócrita en tu corazón, te gusta ir a la iglesia pero hablás mal de tus hermanos, en Cristo eso todos lo sabemos.
Hubo un fuerte silencio seguido de una larga discusión. Todo eso llevó a que José abandonara la casa y se fuera a vivir a lo de su abuela, y lo último que le dijo a su madre fue “el día que me muera no me llores”.
Entonces una noche oscura recibe una grave noticia por teléfono, urgente, una voz agitada en su hermano, “José, es el abuelo, falleció”.
José se puso helado y cortó el teléfono. Fue hasta la habitación de su abuela y agarró la pistola que era de su abuelo, y se fue hasta su habitación. Pensó en voz alta:
- Siempre fui como un libro nuevo, estaba en perfectas condiciones y siempre tuve todas mis hojas, pero ahora me siento como un rompecabezas, estoy armado y destrozado, no creo que este rompecabezas se vuelva a armar.
Cerró los ojos y gatilló en su cien. Un leve pensamiento pasó por su cabeza mientras la bala entraba en su cuerpo, pero vaya a donde vaya descansará en paz.
Luis Valentín Encina
colaboración de Rodrigo Román
ES.47 - 4º B - 2018
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